18 diciembre, 2019

Libro VII: El Libro del Yoga. Canto II: La Parábola de la Búsqueda del Alma.


474b
  
Mas el corazón de Savitri replicó en la noche sombría:
“Mi fuerza me ha sido arrebatada y entregada a la Muerte.

¿Por qué habría de alzar mis manos a los cerrados cielos
o forcejear con el mudo Destino inevitable
o esperar en vano elevar una ignorante raza
que abraza su carga y se burla de la Luz salvadora
y ve en la Mente el único tabernáculo de sabiduría,
en su áspero pico y en su inconsciente base
una roca de salvación y un ancla de sueño?
¿Existe un Dios a quien algún grito pueda conmover?

Él permanece en paz y deja la fuerza del mortal
impotente contra su calma Ley omnipotente
y la Inconsciencia y las todopoderosas manos de la Muerte.

¿Qué necesidad tengo, qué necesidad tiene Satyavan
de evitar la negra inextricable red, la tenebrosa puerta,
o invocar una Luz más poderosa dentro de la cerrada habitación de la vida,
una Ley más grande dentro del pequeño mundo del hombre?

¿Por qué debería luchar con las inflexibles leyes de la tierra
o sortear la inevitable obra de la muerte?

Seguramente es mejor pactar con mi destino
y seguir de cerca tras los pasos de mi amante
y pasar a través de la noche desde el crepúsculo al sol
cruzando el tenebroso río que divide
las colindantes parroquias de tierra y cielo.

Entonces podremos permanecer abrazados pecho con pecho,
no perturbados por el pensamiento, no perturbados por nuestros corazones,
olvidando hombre y vida y tiempo y sus horas,
olvidando la llamada de la eternidad, olvidando a Dios.”

15 noviembre, 2019

Libro VII: El Libro del Yoga. Canto II: La Parábola de la Búsqueda del Alma.


pág. 474 

Cuando en la vigilia de la noche insomne
a través del lento transcurrir agobiado de las silenciosas horas,
reprimiendo en su pecho su carga de dolor,
se sentaba fija su mirada en el mudo paso del Tiempo
y en la llegada del cada vez más próximo Destino,
se produjo un toque de atención desde la cima de su ser,
un sonido, una llamada que rompía los sellos de la Noche.

Sobre su entrecejo en donde voluntad y conocimiento se juntan
una poderosa Voz invadía el espacio mortal.

Parecía llegar desde inaccesibles alturas
y sin embargo era íntima con el mundo todo
y conocía el significado de los pasos del Tiempo
y veía la inmutable escena del eterno destino
colmando el lejano horizonte de la mirada cósmica.

Al contacto de la Voz, su cuerpo se transformó en una limpia
y rígida estatua dorada de inmóvil trance,
piedra de Dios iluminada por un alma amatista.

Alrededor de la quietud de su cuerpo todo se silenció:
su corazón prestaba atención a sus lentos mesurados latidos,
su mente renunciando al pensamiento escuchaba y permanecía silenciosa:
“¿Para qué viniste tú a esta muda tierra uncida a la muerte,
a esta vida ignorante bajo cielos indiferentes
atada como un sacrificio sobre el altar del Tiempo,
oh espíritu, oh inmortal energía,
para nutrir la aflicción en un desvalido corazón
o para con firmes ojos sin lágrimas esperar tu destino?
Levántate, oh alma y vence al Tiempo y a la Muerte.”

15 octubre, 2019

Libro VII: El Libro del Yoga. Canto I: La Alegría de la Unión; la Ordalía del Conocimiento Previo de la Muerte.


472b


Así en la silenciosa cámara de su alma
enclaustrando su amor a vivir con secreta angustia
moraba ella cual mudo sacerdote con dioses ocultos
no aplacados por la silenciosa ofrenda de sus días,
ofreciéndoles su pesar como incienso,
su vida el altar, ella misma el sacrificio.

Mas continuaban creciendo el uno en el otro
hasta parecer que ningún poder podía separarlos,
puesto que incluso las barreras del cuerpo no podían dividir.

Pues cuando él caminaba por el bosque, a menudo
su consciente espíritu paseaba con él y estaba al tanto
de sus actos como si dentro de ella misma se moviera*;
él, menos consciente vibraba con ella en la lejanía.

Continuamente crecía la estatura de su pasión;
el dolor, el miedo mudados en alimento de un poderoso amor.

Magnificado por su tormento abarcaba el mundo entero*;
era toda su vida, se convirtió en toda su tierra en su cielo todo.

Aunque nacido en la vida, un hijo en las horas*,
inmortal caminaba imperecedero como los dioses:
su espíritu ensanchado inconmensurable en fuerza divina,
un yunque para los golpes del Hado y del Tiempo:
o cansado del apasionado exceso de aflicción,
el mismo dolor se tornaba calmo, de ojos deslucidos, resuelto,
aguardando un desenlace de su ardiente lucha,
algún hecho en el cual pudiera por siempre cesar,
victorioso sobre sí mismo y sobre la muerte y las lágrimas.

El año pausaba ahora sobre la orilla del cambio.

Las tormentas ya no surcaban con estupendas alas
ni el trueno furioso daba zancadas a través del mundo,
mas todavía se escuchaba un murmullo en el cielo
y la lluvia goteaba continua a través del lúgubre aire
y nubes grises de lenta deriva cubrían la tierra.

Como el pesado cielo de su pena cubría su corazón.

Un silencioso yo permanecía escondido en el interior mas no alumbraba:
ninguna voz descendía desde las olvidadas alturas;
sólo en la privacidad de su angustioso dolor
su humano corazón hablaba al destino del cuerpo.

Fin del Canto Uno

 Notas:
como si dentro de ella misma se moviera: Sri Aurobindo describe aquí una bella y poderosa imagen, la creación de un espacio escénico en el interior de la propia Savitri, en el cual su espíritu tendría la capacidad de seguir en todo momento los pasos de Satyavan, creándose una excepcional unión entre ambos.
Magnificado por su tormento abarcaba el mundo entero: su poderoso amor.
Aunque nacido en la vida, un hijo en las horas: su espíritu.

15 septiembre, 2019

Libro VII: El Libro del Yoga. Canto I: La Alegría de la Unión; la Ordalía del Conocimiento Previo de la Muerte.


472

Cuánto le hubiera gustado pronunciar las fatídicas palabras
y descargar su agobio sobre su cabeza feliz;
mas sofocaba en su pecho el dolor que le invadía
confinándolo al silencio, desvalido, solo.

Pero Satyavan a veces captaba a medias,
o al menos percibía con la incierta respuesta
de nuestros corazones cegados por el pensamiento la inexpresada necesidad,
el insondable abismo de su profundo apasionado apremio.

Todos los fugaces días que él podía dispensar
del trabajo en el bosque cortando leña
y cazando sustento en los salvajes claros de la selva
y del servicio a la vida sin vista de su padre
los dedicaba a ella y ayudaba a intensificar las horas
mediante la cercanía de su presencia y de su abrazo,
y la espléndida suavidad de las palabras del anhelante corazón
y el íntimo latir que el corazón percibe del otro corazón.

Todo se quedaba corto para su [de Savitri] insondable necesidad.

Si en su presencia ella olvidaba por unos momentos,
el dolor invadía su ausencia con punzante toque;
veía ella el desierto de sus días venideros
imaginado en cada una de sus solitarias horas.

Aunque con un vano imaginario regocijo
de ardiente unión a través de la puerta de escape de la muerte
ensoñaba ella su cuerpo vestido con la llama funeral,
era consciente de que no podía aferrarse a esa felicidad
de morir con él y seguir, cogida de su túnica
a través de nuestras otras regiones, viajeros felices
por el dulce o terrible Más Allá.

Pues esos entristecidos parientes todavía la necesitarían aquí
para colmar la vaciedad del resto de sus días.

A menudo le parecía que el dolor de las edades
había comprimido su quintaesencia en su solitario dolor,
concentrando en ella un mundo torturado.

15 agosto, 2019

15 Agosto 2019

Era el suyo un espíritu que descendía de esferas más amplias
a nuestra provincia de efímera visión,
un colonizador desde la inmortalidad.
Savitri Libro I, Canto III, pág. 22

“ …hay sólo una cosa esencial, necesaria, indispensable:
tornarse consciente del la Realidad Divina,
vivir en ella y vivirla siempre”.
 Sri Aurobindo

15 julio, 2019

Libro VII: El Libro del Yoga. Canto I: La Alegría de la Unión; la Ordalía del Conocimiento Previo de la Muerte. 471


471

Mas cuando el dolor apremiaba demasiado próximo a la superficie,
esas cosas, antes gentiles complementos de su alegría,
le parecían carentes de significado, una cáscara brillante,
o una rutina mecánica y vacía,
actos de su cuerpo no compartidos por su voluntad.

Siempre tras esta extraña vida dividida
su espíritu* cual océano de vivo fuego
poseía a su amante y se aferraba a su cuerpo,
apretado abrazo para proteger a su amenazado compañero.

Por la noche se despertaba en medio de las lentas horas silenciosas
acurrucándose en el tesoro de su pecho y de su rostro,
prendida por la belleza de su faz cautiva del sueño
o posaba su ardiente mejilla sobre sus pies.

Al despertar por la mañana sus labios interminablemente unía a los suyos,
reacia siempre a separarse de nuevo
o a perder ese melifluo rebosadero de persistente gozo,
reacia a separar su cuerpo de su pecho,
los cálidos inadecuados signos que debe usar el amor.

Intolerante de la pobreza del Tiempo
arañando su pasión a las fugitivas horas
hubiera deseado en un solo día la provisión de centurias
de pródigo amor y de oleaje de éxtasis;
o si no se esforzaba incluso en el tiempo mortal
en construir un pequeño habitáculo de eternidad
mediante la profunda unión de dos vidas humanas,
su alma sola encerrada dentro de su sola alma.

Cuando todo había sido dado ella demandaba todavía;
aún insatisfecha de su fuerte abrazo,
ansiaba gritar, “Oh tierno Satyavan,
oh amor de mi alma, da más, da más
amor mientras todavía puedas, a la que tú amas.
Estampa en ti para que cada nervio guarde
el estremecido mensaje de mi corazón.
Pues pronto nos separaremos y quién sabe por cuánto tiempo
antes de que la gran rueda* en su monstruoso girar
nos devuelva el uno al otro y nuestro amor.”

Notas:
su espíritu: componente junto con su ser psíquico del Ser interior de Savitri, delegación del alma eterna en su manifestación terrenal. Véase el articulo “Para leer Savitri. El Libro del Yoga”.
gran rueda: del nacimiento y de la muerte.

15 junio, 2019

Libro VII: El Libro del Yoga. Canto I: La Alegría de la Unión; la Ordalía del Conocimiento Previo de la Muerte.

          [470]

El rico y feliz recogimiento que antaño
la preservaba cual fronda de plata
acomodada en luminoso nido de pensamientos y sueños
dio paso a trágicas horas de soledad
y solitaria pena que nadie podía compartir o conocer,
un cuerpo viendo el fin demasiado temprano de la alegría
y de la frágil felicidad de su amor mortal.

Su impasible rostro callado y dulce y calmo,
sus gráciles actos cotidianos eran ahora una máscara;
en vano dirigía la mirada a sus honduras para encontrar
una base de quietud y de paz del espíritu.

Todavía velado para ella estaba el silencioso Ser interior*
que contempla el drama de la vida pasar con ojos impertérritos,
que sobrelleva la tristeza de la mente y del corazón
y soporta en humanos corazones el mundo y el destino.
Llegaba un atisbo o destellos, la Presencia permanecía escondida.

Sólo su vehemente corazón y su apasionada voluntad
mantenía al frente para afrontar el inmutable destino;
indefensos, desnudos, uncidos a su humana suerte
carecían de medios para actuar, de vía de salvación.

A estos* controlaba, nada era mostrado al exterior:
para ellos* era todavía la niña que conocían y amaban;
no veían la afligida mujer interior.

Ningún cambio era apreciado en sus hermosos movimientos:
adorada emperatriz a quien todos rivalizaban en servir,
de sí misma hacía la diligente servidora de todos,
no escatimaba las labores de escoba y tinaja y pozo,
o el entrañable gentil cuidado o apilar el fuego
de altar y cocina, ni la nimia tarea permitida
a los demás que su fuerza de mujer le permitiera realizar.

En todos sus actos resplandecía una extraña divinidad:
en el más simple movimiento podía evocar
una unidad con el radiante vestido luminoso de la tierra,
una exaltación de los actos comunes mediante el amor.

Suyo era todo el amor que con único bramante celestial
unía todo con todo y con ella como lazo dorado.

Notas:
Ser interior: su ser psíquico, componente junto con su espíritu del Ser interior de Savitri, delegación del alma eterna en su manifestación terrenal. Véase el articulo “Para leer Savitri. El Libro del Yoga”.
a estos: a su vehemente corazón y su apasionada voluntad
ellos: los allegados de Savitri: Satyavan, la familia de Satyavan, todos cuantos ahora en lo profundo de la selva formaban parte de la nueva vida de Savitri.

15 mayo, 2019

Libro VII: El Libro del Yoga. Canto I: La Alegría de la Unión; la Ordalía del Conocimiento Previo de la Muerte. [469]


Los momentos discurrían raudos e implacables; alarmados
sus pensamientos, su mente recordaba la fecha de Narad.

Temblorosa desasosegada contable de sus riquezas,
calculaba los insuficientes días que restaban:
una terrible expectación laceraba su pecho;
horrible para ella era el paso de las horas:
la angustia llegaba, apasionada extranjera a su puerta:
desvanecida mientras en sus brazos, del sueño
surgía cada mañana mirándola a la cara.

Vanamente se refugiaba en abismos de gozo
de la persecución de un final que conocía.

Cuanto más se anegaba en el amor esa angustia crecía;
su pesar más profundo surgía tras las más dulces vorágines.

La remembranza era un punzante dolor, sentía
cada día una hoja dorada cruelmente arrancada
de su demasiado delgado libro de amor y de gozo.

Así meciéndose en intensas ráfagas de felicidad
y bañándose en sombrías olas de presentimiento
y alimentando la tristeza y el terror con su corazón, —
pues ahora se sentaban entre los huéspedes de su pecho
o en su cámara interior caminaban aparte, —
sus ojos miraban sin ver luz en la noche del futuro.

Desde su separado yo miraba y veía,
[al pasar entre los inconscientes rostros amados,
para la mente una extraña aunque tan próxima para el corazón],
al ignorante mundo sonriente seguir felizmente
su camino hacia un desconocido destino
y se asombraba de las despreocupadas vidas de los hombres.

En diferentes mundos caminaban, aunque tan próximos,
ellos confiados del sol que regresa,
arropados en las pequeñas esperanzas y tareas de cada hora, —
ella en su terrible conocimiento sola.

15 abril, 2019

Libro VII: El Libro del Yoga. Canto I: La Alegría de la Unión; la Ordalía del Conocimiento Previo de la Muerte.

468
  
Al principio para ella bajo los cielos de zafiro
la rústica soledad era un magnífico sueño,
altar de esplendor y fuego de estío,
palacio de dioses techado por el cielo, recubierto de flores
y todas sus escenas una sonrisa en labios del rapto
y todas sus voces trovadoras de felicidad.

Había una melodía en el viento casual,
una gloria en el menor rayo de sol;
la noche era una crisoprasa* en traje de terciopelo,
una acogedora oscuridad o una intensa luz de luna;
el día era una parada* púrpura y un himno,
un ondear de risa de luz de la mañana a la tarde.

Su ausencia [de Satyavan] era un sueño del recuerdo,
su presencia el imperio de un dios.
Una fusión de los gozos de tierra y cielo,
una trémula llamarada de renovado rapto nupcial,
un apuro de dos espíritus por ser uno,
un arder de dos cuerpos en una misma llama.

Abiertas fueron puertas de inolvidable felicidad:
dos vidas eran confinadas dentro de un cielo terrenal
y sino y aflicción huían de esta apasionada hora.

Mas ahora decaía el ardiente hálito del verano
y masas de nubes negroazuladas se arrastraban a través del cielo
y la lluvia se deslizaba sollozante sobre las chorreantes hojas
y la tormenta se convertía en la voz de titán de la selva.

Entonces al escuchar el fatal estruendo del trueno
y las fugitivas pisadas repiqueteantes de los chaparrones
y el prolongado jadeo insatisfecho del viento
y el murmullo de la tristeza en la noche vejada por los sonidos,
le alcanzaba todo el pesar del mundo.

La oscuridad de la noche se le antojaba la siniestra faz de su futuro.

Surgía la sombra del destino de su amado
y el miedo posaba sus manos sobre su mortal corazón.

Notas:
crisoprasa : Variedad de calcedonia (forma fibrosa del cuarzo) que contiene pequeñas cantidades de níquel. Generalmente de color verde claro, pero puede variar hasta el verde oscuro; piedra semipreciosa con brillo en la oscuridad.
parada: sinónimo de desfile, sucesión, procesión.

15 marzo, 2019

Libro VII: El Libro del Yoga. Canto I: La Alegría de la Unión​ ​y la Ordalía del Conocimiento Previo de la Muerte.

[466]

En un extendido atardecer de ojo rojo luciendo entre cúmulos,
a través de un estrecho claro, una verde cañada florida,
apartado de la mirada de cielo y tierra llegaron
a un poderoso refugio de esmeralda atardecer.

Allí introducidos por una estrecha senda acogedora
que discurría bajo la sombra de enormes troncos
y bajo arcos avaros de la luz de sol,
vieron los bajos techos de paja de un eremitorio
arrebujados bajo un retazo de azur*
en un soleado claro que parecía la eclosión
de una leve sonrisa en el prodigioso corazón de la selva,
un rudo refugio del pensamiento y de la voluntad del hombre
vigilado por los apiñados gigantes* del bosque.

Llegados a este rústicamente forjado caserío entregaron*,
sin seguir cuestionando lo singular de su destino,
el motivo de su orgullo su bien amada al noble ciego rey,
regio pilar de caída grandeza
y a la majestuosa mujer antaño reina ajada por las preocupaciones
que ya no esperaba nada de la vida para sí misma,
mas que lo esperaba todo para su hijo único,
reclamando del parcial Destino para esa solitaria cabeza
de la tierra toda alegría, del cielo toda beatitud.

Adorando sabiduría y belleza como las de un joven dios,
lo veía amado por el cielo como por ella misma,
se regocijaba en su brillantez y creía en su destino
y desconocía el mal que se aproximaba.

Permaneciendo durante algunos días en el linde del bosque
como hombres que retrasan el dolor de la partida,
reacios a separar pesarosas manos unidas,
reacios a contemplar por última vez una cara,
abrumados con la tristeza de un día por llegar
y estupefactos ante la despreocupación del Destino
que rompe con ociosas manos sus trabajos supremos,
se separaron de ella con corazones agobiados por la carga de la pena
como forzados por el inexorable destino nos separamos
de quien nunca volveremos a ver de nuevo;
llevados por la singularidad de su destino,
impotentes contra la elección del corazón de Savitri
la libraron a su embeleso y a su sino
en el silvestre cuidado de la formidable selva.

Atrás dejó ella todo cuanto su vida había sido hasta entonces,
la bienvenida dio a todo lo que de ahora en adelante era de él y de ella,
con Satyavan moraba en los bosques salvajes:
inapreciable consideraba su gozo tan próximo de la muerte;
aparte con el amor vivía para el amor sólo.

Ecuánime por encima de la marcha de los días,
su inmóvil espíritu* observaba la premura del Tiempo,
estatua de pasión y de fuerza invencible,
absolutismo de suave voluntad imperiosa,
tranquilidad y violencia de los dioses
indómito e inmutable.

Notas:
azur: el azul del cielo.
gigantes del bosque: en alusión a los árboles del bosque.
entregaron: los componentes del séquito que acompañaba a Savitri.
espíritu: junto con el ser psíquico constituyen el Ser interior de Savitri, delegación del alma eterna en su manifestación terrenal. Véase el articulo “Para leer Savitri. El Libro del Yoga”.

01 enero, 2019