pág. 474
Cuando en la vigilia de la
noche insomne
a través del lento transcurrir
agobiado de las silenciosas horas,
reprimiendo en su pecho su
carga de dolor,
se sentaba fija su mirada en
el mudo paso del Tiempo
y en la llegada del cada vez
más próximo Destino,
se produjo un toque de
atención desde la cima de su ser,
un sonido, una llamada que
rompía los sellos de la Noche.
Sobre su entrecejo en donde
voluntad y conocimiento se juntan
una poderosa Voz invadía el
espacio mortal.
Parecía llegar desde
inaccesibles alturas
y sin embargo era íntima con
el mundo todo
y conocía el significado de
los pasos del Tiempo
y veía la inmutable escena
del eterno destino
colmando el lejano horizonte
de la mirada cósmica.
Al contacto de la Voz, su
cuerpo se transformó en una limpia
y rígida estatua dorada de
inmóvil trance,
piedra de Dios iluminada por
un alma amatista.
Alrededor de la quietud de su
cuerpo todo se silenció:
su
corazón prestaba atención a sus lentos mesurados latidos,
su mente renunciando al
pensamiento escuchaba y permanecía silenciosa:
“¿Para qué viniste tú a esta
muda tierra uncida a la muerte,
a esta vida ignorante bajo
cielos indiferentes
atada como un sacrificio
sobre el altar del Tiempo,
oh espíritu, oh inmortal
energía,
para nutrir la aflicción en
un desvalido corazón
o para con firmes ojos sin
lágrimas esperar tu destino?
Levántate, oh alma y vence al
Tiempo y a la Muerte.”