Grises fuerzas
como un delgado miasma se arrastran sigilosamente,
deslizándose por
los resquicios de las puertas de su* cerrada mansión,
decolorando los
muros de la mente más alta
en la que vive su
perfecta y engañosa vida,
y dejan detrás un
hedor a pecado y a muerte:
no sólo surgen en
él perversas tendencias del pensamiento
y formidables
influencias sin forma,
sino que hasta
allí llegan presencias y espantosas formas:
extraordinarias
figuras y rostros suben por sombríos peldaños
y miran a veces
al interior de sus* salones,
o llamados para
el apasionado trabajo de un momento
dejan una
terrible afirmación de carácter sobre su corazón:
sacados de su
reposo, ya nunca pueden ser sujetados.
Afligiendo la luz
del día e inquietando la noche,
invadiendo a su
capricho su habitáculo exterior,
los horripilantes
terribles habitantes de la desolada penumbra
trepando hasta la
luz de Dios perturban toda luz.
Cuanto han tocado
o visto lo hacen suyo propio,
en el sótano de
la Naturaleza se alojan, obturan los corredores de la mente,
entorpecen los
nexos del pensamiento y las secuencias de la reflexión,
irrumpen en el
silencio del alma con alboroto y griterío
o invocan a los
habitantes del abismo,
invitan a los
instintos a gozos prohibidos,
despiertan una
risa de terrible regocijo demoníaco
y con degenerados
motín y orgía sacuden el basamento de la vida.
Impotente para
reprimir a sus imponentes prisioneros,
el aterrado dueño
de la casa se refugia arriba,
siéndole arrebatada
su casa ya no vuelve a ser suya.
Está confinado y
sometido, víctima del juego,
o, seducido, se
regocija en el loco y potente fragor.
Las poderosas
fuerzas de su naturaleza se han levantado
y celebran a sus
anchas una fiesta de rebeldía.
Surgidas de la
oscuridad en la que se agazapaban en lo profundo,
apartadas de la
vista, ya nunca pueden ser contenidas;
los impulsos de
su naturaleza son ahora sus dueños.
Notas:
su cerrada mansión: del hombre
sus salones: id.