Luego por la estrecha senda en donde sus vidas se habían encontrado
la condujo y le mostró su mundo a partir de ahora,
refugio de amor y rincón de solitaria felicidad.
Al final de la vereda a través de un verde claro entre los árboles
vio ella una agrupada línea de techos de eremita
y por primera vez se fijó en el futuro hogar de su corazón,
el techo de paja que cubría la vida de Satyavan.
Adornado con enredaderas y trepadoras flores rojas
a sus sueños parecía una rústica belleza
durmiendo con cuerpo bronceado y desarreglado cabello
en su inviolada cámara de paz esmeralda.
Alrededor se extendía la anacoreta atmósfera de la selva
perdida en las profundidades de su propia soledad.
Entonces llevada por la profunda alegría que no podía expresar,
una pequeña parte de ella trémula en sus palabras,
su feliz voz exclamó a Satyavan:
“Mi corazón permanecerá aquí en este linde del bosque
y cerca de este techado de paja mientras me encuentre lejos:
ahora ya no tiene necesidad de nuevos recorridos.
Pues debo ahora tornar a la casa de mi padre
que pronto perderá unos amados pasos habituales
y en vano atenderá por una voz una vez preciada.
Pero en seguida regresaré para que nunca más
la unidad pueda dividir su recobrado gozo
o el destino separar nuestras vidas mientras vivamos.”
Una vez más montó en el esculpido carro
y bajo el ardor de un cálido mediodía
menos espléndido que el esplendor de sus pensamientos y sus sueños
partió con rienda presurosa, ligero corazón mas todavía veía
en la calma lucidez de la visión del mundo interior
a través de la espléndida penumbra de los frescos fragantes bosques
en sendas umbrías entre enormes troncos robustos
pasear hacia un tranquilo claro a Satyavan.
Una nave de árboles consagraba la ermita de paja,
nuevo refugio escondido de su felicidad,
templo y hogar preferido por su alma al cielo.
Que ahora permanecía* con ella, constante escena de su corazón.
Notas:
Que ahora permanecía…: la ermita.
Fin del Canto Tres
Fin del Libro Cinco