15 marzo, 2019

Libro VII: El Libro del Yoga. Canto I: La Alegría de la Unión​ ​y la Ordalía del Conocimiento Previo de la Muerte.

[466]

En un extendido atardecer de ojo rojo luciendo entre cúmulos,
a través de un estrecho claro, una verde cañada florida,
apartado de la mirada de cielo y tierra llegaron
a un poderoso refugio de esmeralda atardecer.

Allí introducidos por una estrecha senda acogedora
que discurría bajo la sombra de enormes troncos
y bajo arcos avaros de la luz de sol,
vieron los bajos techos de paja de un eremitorio
arrebujados bajo un retazo de azur*
en un soleado claro que parecía la eclosión
de una leve sonrisa en el prodigioso corazón de la selva,
un rudo refugio del pensamiento y de la voluntad del hombre
vigilado por los apiñados gigantes* del bosque.

Llegados a este rústicamente forjado caserío entregaron*,
sin seguir cuestionando lo singular de su destino,
el motivo de su orgullo su bien amada al noble ciego rey,
regio pilar de caída grandeza
y a la majestuosa mujer antaño reina ajada por las preocupaciones
que ya no esperaba nada de la vida para sí misma,
mas que lo esperaba todo para su hijo único,
reclamando del parcial Destino para esa solitaria cabeza
de la tierra toda alegría, del cielo toda beatitud.

Adorando sabiduría y belleza como las de un joven dios,
lo veía amado por el cielo como por ella misma,
se regocijaba en su brillantez y creía en su destino
y desconocía el mal que se aproximaba.

Permaneciendo durante algunos días en el linde del bosque
como hombres que retrasan el dolor de la partida,
reacios a separar pesarosas manos unidas,
reacios a contemplar por última vez una cara,
abrumados con la tristeza de un día por llegar
y estupefactos ante la despreocupación del Destino
que rompe con ociosas manos sus trabajos supremos,
se separaron de ella con corazones agobiados por la carga de la pena
como forzados por el inexorable destino nos separamos
de quien nunca volveremos a ver de nuevo;
llevados por la singularidad de su destino,
impotentes contra la elección del corazón de Savitri
la libraron a su embeleso y a su sino
en el silvestre cuidado de la formidable selva.

Atrás dejó ella todo cuanto su vida había sido hasta entonces,
la bienvenida dio a todo lo que de ahora en adelante era de él y de ella,
con Satyavan moraba en los bosques salvajes:
inapreciable consideraba su gozo tan próximo de la muerte;
aparte con el amor vivía para el amor sólo.

Ecuánime por encima de la marcha de los días,
su inmóvil espíritu* observaba la premura del Tiempo,
estatua de pasión y de fuerza invencible,
absolutismo de suave voluntad imperiosa,
tranquilidad y violencia de los dioses
indómito e inmutable.

Notas:
azur: el azul del cielo.
gigantes del bosque: en alusión a los árboles del bosque.
entregaron: los componentes del séquito que acompañaba a Savitri.
espíritu: junto con el ser psíquico constituyen el Ser interior de Savitri, delegación del alma eterna en su manifestación terrenal. Véase el articulo “Para leer Savitri. El Libro del Yoga”.