15 noviembre, 2019

Libro VII: El Libro del Yoga. Canto II: La Parábola de la Búsqueda del Alma.


pág. 474 

Cuando en la vigilia de la noche insomne
a través del lento transcurrir agobiado de las silenciosas horas,
reprimiendo en su pecho su carga de dolor,
se sentaba fija su mirada en el mudo paso del Tiempo
y en la llegada del cada vez más próximo Destino,
se produjo un toque de atención desde la cima de su ser,
un sonido, una llamada que rompía los sellos de la Noche.

Sobre su entrecejo en donde voluntad y conocimiento se juntan
una poderosa Voz invadía el espacio mortal.

Parecía llegar desde inaccesibles alturas
y sin embargo era íntima con el mundo todo
y conocía el significado de los pasos del Tiempo
y veía la inmutable escena del eterno destino
colmando el lejano horizonte de la mirada cósmica.

Al contacto de la Voz, su cuerpo se transformó en una limpia
y rígida estatua dorada de inmóvil trance,
piedra de Dios iluminada por un alma amatista.

Alrededor de la quietud de su cuerpo todo se silenció:
su corazón prestaba atención a sus lentos mesurados latidos,
su mente renunciando al pensamiento escuchaba y permanecía silenciosa:
“¿Para qué viniste tú a esta muda tierra uncida a la muerte,
a esta vida ignorante bajo cielos indiferentes
atada como un sacrificio sobre el altar del Tiempo,
oh espíritu, oh inmortal energía,
para nutrir la aflicción en un desvalido corazón
o para con firmes ojos sin lágrimas esperar tu destino?
Levántate, oh alma y vence al Tiempo y a la Muerte.”